Hilton

La belleza del mundo

Hilton
Manuel Vilas

Nada más oír el nombre de Hilton me entra un subidón imparable de felicidad en el cuerpo y en la sangre. Adoro los hoteles Hilton. Yo, por lo menos, lo confieso. Si vas a un Hilton, sabes que nada saldrá mal. Tengo 62 años, llevo toda la vida trabajando como una bestia. He trabajado en todo y de todo. Me merezco un Hilton a perpetuidad en lo que me queda de vida, si es que hay justicia laboral en este mundo. Hace unos días tuve la suerte de alojarme en el Hilton Diagonal Mar de Barcelona. Y nada menos que en el piso 21. Veía el mar desde las alturas. No es lo mismo verlo a pie de playa que desde un rascacielos. Pero lo más interesante estaba por venir. Me iba a adelantar al futuro. Iba a probar como primicia la cena de Noche Vieja que el hotel había preparado para el próximo 31 de diciembre. Fue muy teatral vestirse de Noche Vieja 20 días antes. Yo creo que todo español o española tiene el derecho político a pasar una noche en el Hilton Diagonal Mar de Barcelona. Si no le llega, la Generalitat o el Gobierno tiene que becarlo. 

La terraza del Hotel Hilton Diagonal Mar es un oasis de relax en el medio de Barcelona

La terraza del Hotel Hilton Diagonal Mar 

xiscomonserrat

Hablo de que la belleza es un derecho político tan necesario como el de la sanidad universal. Porque díganme ustedes de qué sirve estar sano si no puedes cenar un bogavante mediterráneo en salsa de beurre blanc y huevas de trucha con alcachofas baby y espárragos. El placer es un derecho político. Quiero decir que el placer no es un derecho solo para los políticos, sino para todo la people. Después del Bogavante, obvio lo que viene: un solomillo de ternera con demi-glace de trufa negra y colmenillas silvestres. Las colmenillas que comí en el Hilton me iluminaron, me regalaron una revelación: el mundo está bien hecho si comes bien y duermes en una habitación frente al mar. No es solo eso, es también la presencia gigantesca de profesionales de la hostelería. Esto se está perdiendo. Los camareros del Hilton son ángeles de la delicadeza. Parecen familiares tuyos. Hermanos, primos, tíos, sobrinos. Es la elevación del camarero a una categoría divina. 

Y tras la cena una copa de Möet Chandon Brut Imperial, como una coronación napoleónica. Un Napoleón de clase media pero con suerte, así me sentí en el Hilton Diagonal Mar. Y luego en la habitación, abrí la ventana y la brisa del Mediterráneo me robó el alma. Todos necesitamos el fuego de la belleza para vivir. Quien os diga que no lo necesita, ojo con ese o esa, seguro que es un cura intolerante de cualquier credo ideológico tan aburrido, tan vulgar, tan rancio como insignificante.

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