Le droit a la paresse, El derecho a la pereza, es sin duda la obra, librito o panfleto más notorio de Paul Lafargue, que lo escribió en 1880 en Inglaterra como respuesta y refutación de El derecho al trabajo, de Louis Blanc. Hay profusión de ediciones de este libro que avisa de que la sobreproducción acabará con el capitalismo y que el proletariado ha de aspirar a trabajar lo menos posible, cultivarse espiritual y culturalmente y ser feliz. Vamos, que lo del trabajo es un castigo, y que la tecnología y las máquinas, si no permitimos que estén en manos de los malvados capitalistas, deberán liberarnos de la esclavitud del empleo. Sí, vale la pena releer el opúsculo.

Tumba de Paul Lafargue y su esposa, Laura Marx
Ya sabrán ustedes que la palabra trabajo viene del tripalium (por tres palos) romano, que era un instrumento de castigo y tortura.
Ahora que, con la supuesta y todavía no nata reducción de la jornada laboral, se habla tanto del trabajo, es un buen momento para reivindicar el derecho a la pereza y de paso recordar al bueno de Lafargue, que nació en Cuba cuando era provincia española y que, por tanto, nació ciudadano español. Y además estuvo en España con su esposa, Laura Marx, hija del ínclito Karl Marx, y hasta conoció y trató al Pablo Iglesias original, el fundador del PSOE.
Ya decía Lafargue que el proletariado ha de aspirar a trabajar lo menos posible y ser feliz
Por cierto que lo de su matrimonio con Laura Marx me ha permitido desde hace años fantasear con una escena imaginaria en la que Lafargue le pide la mano de Laura al circunspecto suegro Marx y este le viene a preguntar que usted, pollo, con qué medios de vida cuenta…
Fantasías al margen, les confieso que siento una viva simpatía por Paul Lafargue, propagandista de Marx, autodeclarado marxista, pero que en realidad era un anarcocomunista que tuvo poca suerte en la vida. Sus hijos murieron, y Laura y él se suicidaron juntos antes de cumplir los setenta años. Y aunque llegó a ser el primer parlamentario declarado socialista en la historia de Francia, su estrella nunca brilló en vida. Trabajó mucho, pero no tuvo grandes recompensas a su esfuerzo. Y tuvo que soportar que tanto su suegro como Engels le regañasen por poco serio y nada ortodoxo. Y menos mal que Engels le echaba una manita en temas de dinero, que si no… Resumo: trabajar cansa. Incluso si es por una buena causa. Y al final, mata.